viernes, 20 de abril de 2018

La huella de Wenger que Arsène no borró

Como si los postes tuvieran imanes o como si el campo estuviera inclinado hacia la portería contraria. Eso recuerdo de los primeros partidos que vi del Arsenal, esa fue la fascinación. Era algo especial. También ayudaba la cámara máster, la de la televisión. A tan poca altura estaba, tanto lo aproximaba todo, que parecía que te subías a un travelling para acompañar cada ataque. Como si fueras un copiloto privilegiado. Y como se atacaba mucho la emoción y la diversión era ferial. Eso era Highbury, al menos por la pantalla. Y eso era la obra de Arsene Wenger, que tras 22 años no seguirá en el banquillo ‘gunner’ la próxima temporada.

Los finales son irremediables y este ya parecía improrrogable. El Arsenal sin Wenger. Wenger sin el Arsenal. Para muchos es terreno desconocido. Pero era el momento. La hora del ‘adiós y gracias por tanto’. En las últimas temporadas era inevitable que se cuestionara (y se negara) la vigencia del Arsenal de Wenger, pero será impertinente hacer lo propio sobre la obra de Wenger en el Arsenal. El paso del francés dio color al ‘Boring, boring Arsenal’. Por encima de un título más o un título menos, emocionó. Era un equipo dinámico y vertical, incluso impaciente para atacar. Un equipo, en fin, hambriento y lleno de líderes, tejido por el talento y la competitividad.

Cuando pensemos en esta era (ciclo se queda pequeño) podemos hacerlo distinguiendo tres partes. Una trilogía de más a menos. La primera duró toda una década, fue el esplendor. De 1996 a 2006. El Arsenal, que en su historia solo había conseguido un doblete (70/71), alcanzó dos (97/98 y 01/02) con Wenger. No logró un tercero en la Premier 03/04. Logró más: la inmortalidad con ‘Los Invencibles’. Una Liga invicto y una racha que llegó hasta los 49 partidos. Si este fue el cénit, la final de la Champions de 2006, la primera del club, fue el epílogo. Atrás quedaban muchas noches europeas de decepción, por entonces algo en el debe de Wenger. En el haber estaba cómo detectaba el potencial. La lista de jugadores que nunca jugaron tan bien como con el alsaciano es larga. París fue el carpetazo sin gloria de unos gloriosos años con unos jugadores excepcionales: Bergkamp, Pires, Ljungberg, Vieira o Henry. El ‘14’ era capaz de lo más insólito por su zancada, estética y técnica. Así llegaba el adiós a Highbury y la mudanza al Emirates.

Era la segunda parte. De 2006 a 2012. El momento de la transición. La inversión en el Emirates implicaba limitarse en el corto plazo para no penar en el medio y largo. Se perdió magia, la verdad. Al menos entonces. Ahora ya es distinto. Un estadio tan grande, tan cómodo. Suelo pensar que los estadios modernos son demasiado grandes y cómodos. Como algo que de Ikea que desembalas. Sí, será muy útil, pero sabe impersonal. En fin, era normal. Era algo nuevo. Eran los años difíciles. El Chelsea ya era poderoso con Abramovich, el City iba en camino y el United de Ferguson fue el United de Ferguson hasta el último día de Sir Alex en el banquillo. La persistencia entre los cuatro primeros para no perderse ninguna Champions League siempre sería, en toda esta era, un signo de salud. Las Ligas eran prohibitivas y las Copas, demasiado esquivas. Mandaba Fábregas, nuevo jefe de un equipo más vendedor que comprador. Otro síntoma. Cesc se iba una temporada. A la otra, Van Persie. También Song. La transición acabó cuando el Arsenal no tenía que intercambiar cromos. Podía reunirlos. Llegó Özil sin tener que vender a Cazorla, y Alexis sin tener que vender a ninguno.

Wenger decidió comandar un renacimiento que resultó ser la decadencia. No se fue antes de que se hiciera daño a sí mismo. Persistió. Incluso quiso renovarse en una Premier bajo la fiebre de los tres centrales del Chelsea de Conte. No cuajó. Sus tres Copas inglesas (13/14, 14/15 y 16/17) en cuatro temporadas elevaban la nota media de un equipo que ya no era de los primeros de la clase. De aquel perfume ya quedaba poco, solo un desodorante que, cada vez más, no era suficiente. Nunca le faltó talento al Arsenal, capaz de exhibirse en los momentos de inspiración. Esa inconsistencia le mataba competitivamente. Detrás de Alexis costaba distinguir ese carácter del esplendor. Finalmente, en 2017, el Arsenal dejó de clasificarse para la Liga de Campeones tras dos décadas de presencias ininterrumpidas. Y volverá a resignarse a esa ausencia esta temporada, la última de Wenger, si no gana la Europa League. Ahí tiene la despedida. El título europeo que no logró ni en sus mejores días.

Se va Wenger. El entrenador con más partidos en la Premier League. El que redimensionó al Arsenal. El que creó a ‘Los Invencibles’. El que tiene más FA Cups (7) que ningún otro técnico. El que llenó de emoción cada ataque de Highbury. Sí, la huella de Wenger ha sido tan importante para el Arsenal que ni el mismo Wenger la podrá borrar. Merci, Arsène.

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